Luces y sombras
Viernes, 21 de octubre de 2005 (23:58)
Esta ha sido una semana llena de contrastes.
Este finde de semana, tras planearlo minuciosamente, pude hacer una escapada con una amiga. Hace poco que nos conocemos y además vivimos lejos una de otra, pero a pesar de todo nos hemos cogido cariño con premura y hemos estrechado lazos nacidos en la confianza y la sinceridad. Dicho esto, sobra añadir que está al corriente de mi situación.
Era la segunda vez que nos veíamos. La primera sirvió como toma de contacto, hablamos largo y tendido, se nos hizo corto, pero pudimos contrastar todo cuanto habíamos hablado por correo con la realidad. Al parecer, ambas nos sentimos muy satisfechas con lo que encontramos y descubrimos. Fue un solo día, apenas una tarde completa, pero sellamos nuestra despedida con un profundo abrazo y dos dulces besos. En esta segunda ocasión, disponíamos de todo un fin de semana para nosotras solas, para conocernos y disfrutar de la mutua compañía.
Y así lo hicimos.
Todo salió perfecto, mil factores podrían haber fallado, pero cada rueda giro para que todo fuera tan bien como era posible. Paseamos por la ciudad, cogidas de la mano o de la cintura, intercambiando miradas, sonrisas, charlando animadamente, felices por poder estar juntas. Sin embargo, estábamos en un lugar público y yo no podía evitar mantener ciertas maneras de chico, como por ejemplo hablar en masculino, con temor de que si actuaba de otra manera podría traer la atención sobre mí y acarrear problemas. Estaba muy a gusto, lo que menos quería era conflictos.
Caminando cerca de la playa, con el azul del mar de fondo, decidimos no esperar más. Nos fundimos en un abrazo que pronto fue acompañado de tímidos y fugaces besos al principio, más cálidos después.
Pero cuando llegamos a casa, ya no quedaron más excusas entre nosotras. Caricias, besos, abrazos, nunca eran suficientes ni se acababan, como tampoco la preciosa música que ininterrumpidamente teníamos de fondo. Hablamos de nuestros temores, de nuestros miedos y preocupaciones, y mirándonos a los ojos expresamos nuestro cariño. Cuando nos fuimos a dormir y ella se acurrucó entre mis brazos, sólo nuestros mimos y las sábanas rozaban nuestra piel.
El despertar fue igual de dulce, una sonrisa brillaba en nuestros labios y nuestra mirada, así como emociones más intensas que, sin fronteras nacidas de la duda o el recelo que nos frenaran, nos llevaron a sumergirnos en una ardiente pasión. Nada teníamos que escondernos una a la otra. Ella, según me explicó, por mis gestos, por el tono de mi voz, por las sensaciones que irradiaban de mí, me veía completamente como una chica, y como tal me trató en sus caricias y atenciones. Yo, fascinada, pude incluso olvidarme de mi realidad y entregarme al amor y cariño que brota entre dos mujeres que se quieren y no temen expresar sus sentimientos.
Pero, cuando todo es perfecto, el tiempo vuela y el finde pronto llegó a su fin, a nuestro pesar.
Ya al día siguiente nos escribimos, manifestando nuestro mutuo aprecio, lo bien que lo habíamos pasado, el deseo de que no hubiese acabado nunca y las ganas de volver a repetirlo en cuanto las circunstancias nos lo permitan.
Sin embargo, mi ánimo empezó raudo a decaer.
Al principio no conocía la causa, pensaba que quizá se debía al cansancio del viaje, por la vuelta al trabajo o porque quizá hubiese cogido frío y estuviese a punto de ponerme enferma. No era eso, y días después, rozando ya caer en depresión, comencé a advertir qué me estaba ocurriendo.
Tras haber disfrutado de una experiencia tan maravillosa, después de haber podido ser yo misma y haber podido mostrarme tal y como soy de verdad, después de estar tan feliz con una persona a la que quería y que me había hecho sentir tan mujer, el regreso a la cruda realidad resultaba demasiado duro para mí.
Despertarme por la mañana y colocarme mi máscara de chico, adoptar otro tono de voz, otro lenguaje, otras maneras y gestos para que nadie pudiese sospechar nada, frenar mis emociones, reprimir los sentimientos que tan fuertes se agolpaban en mi pecho, y saber que sería así hasta que me acostase por la noche, para repetir el proceso día tras día, tras día, tras día, hasta la próxima ocasión en que se me permitiera volver a ser yo, me atemorizó hasta lo más hondo.
Después de haber apreciado la luz, la oscuridad me asfixiaba. No me conformaba, quería salir fuera y chillar, gritar quién de verdad soy, dejar de esconderme de una vez, porque sentía claustrofobia sólo de pensar volver a encerrarme. Y no veía solución por ninguna parte, me ahogaba cada vez más y más, a cada momento lo veía todo más negro, más terrible y caí en la desesperación. Volví a recordar aquello que sintiera una vez, cuando me planteé seriamente hacer el cambio, volví a comprender por qué otr@s se lanzan a esa cruenta aventura en pos de un destino desconocido. E incluso por mi cabeza aparecieron funestas ideas de dar un oscuro y definitivo paso aún más allá.
Me veía demasiado débil para continuar esta vida, para aceptar vivir una farsa día tras día que amenazara con destruir y propia y auténtica naturaleza. El agujero en el que había caído era demasiado profundo y era incapaz de escapar de él. Sin embargo, cuando la rendición comenzaba a tomar visos de realidad, fue el mismo rayo de luz que iluminara mi existencia el que me brindó las fuerzas y la ilusión para levantarme de nuevo y seguir adelante.
Y aquí ando ahora, pasito a paso, con mucho cuidado, temerosa de resbalar y precipitarme otra vez en el delirio, pero con la certeza de que, en esta lucha, en este camino lleno de obstáculos que es la vida, no estoy ni estaré sola.
Quizá alguien puede pensar que cuando decidí no dar el paso al cambio, me acobardé, que tomé el camino fácil. No digo que el otro lo sea, más sencillo, menos duro, pero el que yo he escogido tampoco lo es.
<Nombre borrado>, cielo, espero que esta pequeña narración te dé una idea mejor de lo que me preguntaste. Un día me contarás cómo son tus relaciones con las chicas, pero creo que salvando mi particularidad, serán bastante semejantes a las mías.
<Nombre borrado> (sorry, me cuesta referirme a ti con el término que empleas en la red), encanto, suerte con tus certámenes, y ya me pasarás, como me comentaste, tu verdadero email, pues el que tengo me rechaza los correos.
Y, para terminar por hoy, miles de besos, de abrazos, todo mi cariño para ti, gracias por todo, por estar ahí, por no dejarme sola, por permanecer a mi lado, te quiero mi niña; aunque dudo que vayas a leer nada de esto.